La Espera del Ungido (1 S. 16:18–23). Introducción El que era el ungido dejó de serlo; y el que no era el ungido, ahora lo es. El cambio en Saúl y en David es muy notable. Del primero leemos: “el Espíritu de Jehová se apartó de Saúl” (16:14). Del segundo leemos: “el Espíritu de Jehová vino sobre David” (16:13). En todo tiempo Dios se provee de ungidos. Ellos no son imprescindibles; cuando Dios los tiene que cambiar, los cambia. Saúl dejó de ser el ungido por su desobediencia a Dios. Él y el pueblo perdonaron a Agag, rey de Amalec, sus ovejas, su ganado, sus carneros “y de todo lo bueno” (15:9). Esta actitud desagradó a Dios. El Señor le habló al profeta Samuel y le dijo: “Me pesa haber puesto por rey a Saúl, porque se ha vuelto de en pos de mí, y no ha cumplido mis palabras” (15:11). Toda esa noche Samuel se la pasó en oración (15:11). Temprano en la mañana fue al encuentro de Saúl. Al llegar se le dijo: “Saúl ha venido a Carmel, y he aquí se levantó un monumento, y dio la vuelta, y pasó adelante y descendió a Gilgal” (15:12). “Se levantó un monumento”. El ungido tiene que cuidarse de la tentación de levantarse o dejar que le levanten “un monumento”. Si el ungido es verdaderamente espiritual, rechazará todo lo que pueda traerle gloria personal y hacerlo el centro de su ministerio. Saúl ya estaba perdiendo la unción en su vida. Estaba en posición, pero sin unción de Dios. Saúl también había caído en la mentira. Leemos: “Vino, pues, Samuel a Saúl, y Saúl le dijo: Bendito seas tú de Jehová; yo he cumplido la palabra de Jehová” (15:13). Conocía la palabra de Dios, pero no la cumplía, no la obedecía; la tenía en la mente, pero no en el corazón. Al mentirle al profeta de Dios, que estaba en autoridad espiritual sobre él, Saúl le mentía a Dios mismo. Samuel lo confrontó con esta interrogante: “¿Pues qué balido de ovejas y bramido de vacas es este que yo oigo con mis oídos?” (15:14). En el versículo 15 Saúl trató de justificar su desobediencia por culpar al pueblo y buscar granjearse el agrado de Dios: “De Amalec los han traído; porque el pueblo perdonó lo mejor de las ovejas y de las vacas, para sacrificarlas a Jehová tu Dios, pero lo demás lo destruimos” (15:15). Saúl ya era un líder sin autoridad espiritual. Respondía a los impulsos de la carne y no del Espíritu. En los versículos 22 al 23, el profeta Samuel le muestra a Saúl que ha sido desobediente, rebelde y obstinado. Al rechazar “la palabra de Jehová”, Dios lo rechazó como rey ungido. Era todavía rey, pero ya no estaba ungido. De ahí en adelante Saúl jugó “al espiritual”. Aunque acepto su pecado, se justificó al decir: “porque temí al pueblo y consentí a la voz de ellos. Perdona, pues, ahora mi pecado” (15:24). Dejó de ser una autoridad espiritual al obedecer a los que no eran espirituales. Notemos que Saúl dice: “perdona… ahora mi pecado”. En vez de decirle al profeta: